Guido Manini Ríos, líder de Cabildo Abierto, volvió a decepcionar a quienes creyeron que asumiría responsabilidades como lo prometió. El fracaso de la recolección de firmas para habilitar el plebiscito “Por una deuda justa” dejó en evidencia no solo la falta de apoyo ciudadano, sino también la falta de coherencia de Manini, que una vez más optó por señalar hacia afuera en vez de mirarse al espejo.
En octubre, tras la derrota electoral, Manini fue tajante: “El único responsable soy yo”. Palabras que, vistas a la luz de los hechos recientes, quedaron vacías. Con el naufragio del plebiscito, en lugar de asumir el golpe, culpó al sistema político de haber “elegido ponerse del lado de los usureros”. Nada sobre errores estratégicos, sobre una campaña sin impacto real, o sobre su liderazgo negativo. Nada de autocrítica.
Rechazo masivo de firmas
La iniciativa impulsada por Cabildo Abierto pretendía limitar los intereses en préstamos, una causa que, en el papel, tenía potencial popular. Sin embargo, la campaña no logró el impulso necesario: la Corte Electoral rechazó un porcentaje alto de las firmas entregadas y no se alcanzó el mínimo requerido para habilitar la consulta. A pesar del esfuerzo, el resultado fue un fracaso rotundo. Y Manini, lejos de asumirlo, se refugió en el discurso de víctima.
“La estructura política tradicional decidió jugar en contra del pueblo y a favor de los poderosos”, declaró, en una especie de acto reflejo para eludir toda responsabilidad. Lo cierto es que ni siquiera dentro de la coalición encontró apoyo firme. Y no porque sus ex socios estén enamorados de los bancos, sino porque nadie quiere subirse a un barco que desde el inicio hacía agua por todos lados.

Una delicada situación interna
Las críticas internas no se hicieron esperar. En filas cabildantes hay malestar por la soledad con la que se llevó adelante la campaña. Muchos militantes se sienten usados, llevados a una causa sin rumbo claro y sin respaldo estratégico. Lo que parecía una bandera de lucha contra la usura terminó siendo una muestra de aislamiento político y desorganización.
A esto se le suma la desconexión de Manini con los votantes que alguna vez lo vieron como una alternativa. La retórica del outsider ya no cuela y señalar a “los de siempre” mientras se participa de la misma estructura es, al menos, incoherente.
En resumen, el plebiscito fracasó. Pero más grave que eso, fracasó la oportunidad de ver a un líder político asumir con coraje una derrota. Manini eligió el camino fácil: culpar al sistema, al establishment, a los usureros, al que pase por la vereda de enfrente. Pero de asumir responsabilidades, ni hablar.