Mientras el mundo aplaudía la reelección de Daniel Noboa en Ecuador, Uruguay decidía tomarse unas “horas” para procesar lo evidente. La actitud del gobierno frenteamplista, con Yamandú Orsi a la cabeza, fue una muestra más de la afinidad ideológica con el socialismo del siglo XXI, que sigue marcando la línea diplomática del país. Tuvieron que pasar largos silencios, presión de la opinión pública y un sinfín de justificaciones burocráticas para que se dignaran a felicitar al presidente electo.
“No nos imaginábamos que pudiera pasar eso”, dijo el canciller Mario Lubetkin refiriéndose a la acusación de fraude por parte de la candidata correísta, Luisa González. Una excusa infantil para justificar lo que fue claramente una espera coordinada: ver si el ala zurda del continente reaccionaba y seguía sin reconocer la derrota.
Silencio cómplice
Mientras países democráticos como Chile, Argentina y Estados Unidos saludaban rápidamente a Noboa por su victoria, Uruguay se refugiaba en tecnicismos, informes de observadores internacionales y demoras administrativas que a nadie convencen. La verdad es que se tomaron el tiempo para ver cuál era la reacción del Foro de Sao Paulo y actuar en consecuencia.
No sorprende que la izquierda uruguaya, con Orsi al frente, mantenga este tipo de posturas. Su ADN político está enraizado en una región dominada por gobiernos populistas y autoritarios, con los que mantienen lazos cómplices y discursos comunes. Cualquier candidato que no pertenezca a esa lógica es observado con desconfianza, incluso si gana elecciones limpias.

La diplomacia de la verguenza
La cancillería uruguaya, que debería ser un ejemplo de institucionalidad y respeto al juego democrático, quedó en ridículo. Lubetkin intentó justificar la demora diciendo que había que leer bien los informes y que era “un tema de seriedad”. Pero ser serio no es dudar del resultado de una elección clara. Ser serio es respetar la voluntad de un pueblo.
Hasta que no vieron a todos los gobiernos de la región reconociendo al ganador, no se animaron a emitir un tuit. Orsi, por su parte, tardó varias horas en publicar un mensaje que más parecía un trámite que un saludo institucional. “Hay mucho para trabajar juntos en este sur de América”, escribió, como si lo hubieran obligado a hacerlo.
Desaliento internacional
Este episodio no pasó desapercibido. Analistas internacionales ya señalan la tibieza de Uruguay ante gobiernos democráticos de centroderecha, contrastando con la efusividad con la que el Frente Amplio saluda cada victoria del castrochavismo continental. El daño a la imagen del país es profundo: Uruguay pierde credibilidad como referente institucional.
Lo ocurrido con Ecuador debe ser un llamado de atención. La diplomacia no puede estar al servicio de intereses partidarios ni de lealtades ideológicas. El mundo está mirando y espera definiciones claras. Y esta vez, lamentablemente, Uruguay falló.